lunes, 7 de septiembre de 2009

Cómo el negro de unos zapatos de charol.

Me levanté de la cama y he pasado junto a la ventana. Es la noche más negra y oscura de todas, es la más hermosa y brillante que hubiera visto jamás, con demasiadas estrellas juntas que desde hace mucho tiempo no veía. Es la hora que entre pestañeos he perdido el sueño. Voy al cuarto de baño y me mojo la cara, frente al espejo, tengo una extraña sensación en la boca y de entre mis labios comienzan a salir hormigas. Hago enjuagues y las escupo al lavabo, las miro vivas como se retuercen, y sigo con el hervor en mi boca. Las quito unas con mis dedos y otras las atrapo entre mis dientes; por querer acabar con ellas aprieto duro mis quijadas y las siento en todo mi interior. Trato de gritar y estoy enmudecido. Voy hacia mi habitación corriendo y me detengo a los pies de mi cama al verme a mi mismo sobre ella durmiendo como si nada.

Hay un miedo instantáneo en mi y una gran incertidumbre de saber que pasa. Voy hacia el muro donde esta el apagador de luz eléctrica, pero ese y ningún otro funciona, ni siquiera el de la lampara en el buró cerca de mi cama, donde según yo soy el mismo que duerme. Esta sigue siendo la noche más oscura de todas y el miedo me aborda por completo al ir de un lugar a otro de mi casa sin poder encender ninguna luz, continuando con esa sensación extraña de hormigas saliendo por mi boca, tratando de entender que hago fuera de mi cuerpo, con un olor impregnado en mi a humedad.

Por fin me he sentado junto a la ventana, mirando la noche y a mi mismo allá en la cama. Con el hervidero constante de hormigas ya por dentro y fuera de todo mi cuerpo. Casi sin fuerzas y perdido en la noche más hermosa y brillante, cuando el tiempo parece haberse detenido. Conciliar el sueño es tan distante y más cuando se está sentado sobre el suelo en un rincón con las rodillas en la barbilla y una gran incógnita que da paso a otra y otra.

Me siento tan perdido sin la noción del tiempo. Con el ruido tan de repente de alguna sirena de ambulancia que se oye a lo lejos y unos ladridos de perro hacia los gatos que veo caminar sobre una barda, cuando me acerco otra vez a la ventana, pero el color del cielo no deja y no ha pasado de ser negro intenso.


RUBéN

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